La Asertividad: El arte de la comunicación

La asertividad en la comunicación

La asertividad en la comunicación. Son muchas las situaciones, a la hora de relacionarnos, en las que es necesario decir no, poner límites, o sencillamente dar una opinión contraria a la de nuestros interlocutores e incluso expresar mi enfado o disgusto.

Saber expresar nuestras emociones en un momento dado favorece una mejor relación con los demás, un menor estrés en nuestra cotidianidad y sobre todo salvaguarda nuestra autoestima.

¿Qué es la Asertividad?

El miedo al rechazo o al conflicto con los otros, debido a aprendizajes tempranos, puede enmarcar nuestras relaciones en una actitud sumisa o pasiva. A corto plazo, la persona “pasiva”, evita el supuesto conflicto temido, pero con el tiempo, a medio y largo plazo, se sentirá frustrada y ansiosa.

Tras la frustración, si no expresamos nuestros derechos o necesidades, aparecerá la ira o enfado con uno mismo, junto con el resquemor o rencor hacía los otros. A quienes achacamos la responsabilidad de nuestros sentimientos de rechazo y frustración y de nuestra baja valoración personal, considerando que abusan de nuestra confianza.

De este modo nos encontramos en ese círculo que se retroalimenta y mantiene el miedo al rechazo, y por lo tanto a un malestar generalizado en nuestras relaciones sociales. En el otro extremo nos encontramos con la persona “agresiva”, que sobrerreacciona a las peticiones, opiniones y relación con los otros, desde la desconfianza, bajo la creencia y el miedo a que, “puesto que los demás son malintencionados, intentarán abusar de nosotros y hay que protegerse”.

La autoestima

Este planteamiento va a generar respuestas subidas de tono, que al igual que en la persona pasiva, repercutirán de modo negativo en la autoestima. A corto plazo, se da la descarga o desahogo de la ansiedad que viene del miedo a que el otro abuse de nosotros, pero a medio y largo plazo, el distanciamiento de los otros, incluso su rechazo. Unido al hecho de no dar solución a nuestras necesidades en las relaciones sociales de forma satisfactoria y calmada. Esto repercutirá en una baja valoración de nosotros mismos, un elevado estrés y de nuevo en la “confirmación” de que nuestro malestar se debe a los demás.

Confirmada esta hipótesis, mantengo la desconfianza y la creencia de que no “puedo fiarme, y por lo tanto, debo defenderme de los demás”.

Nuestra actitud con los demás en muchas ocasiones nos hace asumir roles y etiquetas difíciles de cambiar, lo que nos puede provocar ansiedad y frustración. Aprender a comunicarnos de manera asertiva ayuda a liberarnos de esos roles.

Vemos así, como en ambos casos se cumple esa regla, que es fundamental tener en cuenta de modo consciente en nuestro día a día, de que “una expectativa se convierte en profecía autocumplida”.

Hemos de tener claro, que una actitud, un determinado modo de estar con los demás en el mundo, mantenida en el tiempo, conlleva el riesgo de asumir unos roles y etiquetas, que los demás y nosotros mismos nos acabamos colocando, difíciles de cambiar si no nos hacemos conscientes de cómo se desarrollan e implantan en nosotros.

La persona pasiva

La “persona pasiva” en su comunicación, sentirá que su opinión no es importante para los demás, que nadie le pide su opinión o que apenas le miran o se dirigen a ella durante las relaciones sociales. Confirma así su hipótesis del rechazo, su creencia de que es inferior a los demás, por lo que se mantiene su miedo y creencia errónea de que pueden rechazarle en cualquier momento. Sin embargo, lo que realmente sucede es que su expectativa, como profecía que se “autocumple”. Esto dirige sutil e indirectamente el modo en que los demás se relacionan con ella. Así, si en la mayoría de las conversaciones apenas expresa su opinión, no se dirige directamente a los demás, no mantiene la mirada al interactuar o ante cualquier toma de decisiones suele contestar con un “me da igual, lo que tú prefieras”, generará el que los demás, de modo inconsciente y por hábito, dejen de preguntarle o dirigirse a ella.

Lo mismo sucede con la “persona agresiva”, su expectativa de que los “demás pueden agredirme en cualquier momento” ayuda a adoptar una actitud defensiva que le predispone a confrontar con los demás o a que le acaben rehuyendo, por miedo a sus reacciones, por lo que creerá que estaba en lo cierto al desconfiar.

Aprender a comunicarse con los demás

El resultado en ambos casos es, como decíamos más arriba, una mayor ansiedad al relacionarnos con los demás. Una sensación subjetiva de rechazo y por lo tanto una frustración y baja autoestima que mantiene nuestro malestar.

De ahí, que a la hora de empezar a manejarnos en la asertividad, como forma de comunicarnos, no es sólo importante cambiar las respuestas que damos con los demás, a la hora de expresar una opinión o decir no, sino que se hace imprescindible profundizar en cuáles son nuestras creencias erróneas. Esto es normalmente adquirido en etapas tempranas del desarrollo, por experiencias anteriores, más o menos traumáticas o bien aprendidas durante nuestra educación y heredadas de nuestras principales figuras de apego.

Expresa tu opinión

Una vez que se consigue ese punto de equilibrio intermedio, entre expresar mi opinión, disgusto o enfado, decir no o sencillamente, expresar mis emociones, sin imponernos a los demás o considerar que en la comunicación siempre hay ganadores o perdedores. Así favorecemos un clima de confianza con el otro que ayuda a profundizar e intimar en la relación. El otro siente que puede confiar en nosotros, que no le vamos a juzgar o atacar, que vamos a darle nuestra opinión sin eludirla. Con la franca intención de buscar una solución a los posibles conflictos sin buscar quedar por encima o encontrar culpables o perdedores durante la comunicación.

Que decir tiene, que rompemos así “la profecía autocumplida” en que se basaba nuestra expectativa. Desarrollaremos por fin una mejor valoración personal y social, en “un estar con el otro en el mundo”, basado en la confianza y en la seguridad de saber expresarnos y defender nuestros derechos sin miedos.

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