¿Por qué nos autoengañamos? ¿Por qué es tan frecuente? Es difícil negar que rechazar la verdad es siempre peor que no hacerlo, pero a pesar de esto, son relativamente habituales las ocasiones en las que nos resistimos a asumir aquello que la realidad nos dice.
Parece como si algo nos moviese a auto-sabotearnos, a comportarnos tal y como lo haría una persona ignorante acerca de un tema, a pesar de que nosotros sí tenemos la información necesaria para llegar a conclusiones razonables. Y aunque pueda resultar reconfortante vivir instalados en una mentira total o parcial, es discutible hasta qué punto eso nos ayuda a potenciar nuestro propio bienestar.
En este artículo hablaremos acerca de por qué muchas veces nos autoengañamos, es decir, los mecanismos psicológicos que hay detrás del fenómeno del autoengaño.
¿Por qué caemos en el autoengaño?
Si asumimos que el ser humano es una animal racional que se guía fundamentalmente por la lógica, cabe suponer que sus decisiones surgen a través de un análisis cuidadoso de la información disponible, actuando en sintonía con las evidencias.
Sin embargo, al autoengañarnos estamos actuando en contra de esa manera de pensar y de comportarnos.
Nos pasa al fijarnos expectativas demasiado optimistas de nuestro rendimiento laboral, al asumir que todos nuestros familiares sobrepasarán con mucho los 90 años, al dar por sentado de que pronto tendremos una idea que nos hará ganar una fortuna, etc. El autoengaño aparece de manera muy frecuente en todo tipo de personas, también en las que han recibido una mejor educación y en las poco propensas en creer en supersticiones. ¿A qué se debe esto?
A lo largo de la Historia de la psicología como disciplina científica, muchos investigadores se han propuesto aportar una respuesta que permita comprender esta faceta de la irracionalidad humana. Uno de los primeros y más famosos ejemplos lo encontramos en el trabajo de Sigmund Freud, que siendo el padre del psicoanálisis, tenía mucho interés en conocer los mecanismos psicológicos que funcionan más allá de la consciencia y de las acciones voluntarias.
La explicación de Freud
Freud creía que la mente humana está siempre expuesta a presiones psicológicas que la pueden desestabilizar y que amenazan con romper el equilibrio de sus componentes. Estas presiones surgirían de la parte inconsciente del aparato psicológico humano, y llevarían consigo contenido tan perturbadores e incómodos para la propia persona, que deben permanecer ocultos para uno mismo.
Para evitar que la fuerza ejercida por esas fuerzas de los contenidos del inconsciente que luchan por emerger a la consciencia “rompa” la estabilidad mental de la persona, cada individuo desarrolla una serie de mecanismos de defensa, que servirían para descargar tensiones sin por ello permitir que las puertas de lo inconsciente se abran de par en par, revelándole a uno mismo todo lo que lleva dentro.
La racionalización es un ejemplo de esos mecanismos de defensa, y consiste en aportar explicaciones pseudo-asépticas y racionales para explicar acciones o actitudes reveladas por uno mismo, intentando mantener las apariencias de que obedecen a la lógica y a esa imagen pública que se quiere mantener. Por ejemplo, si nos hemos planteado ponernos a dieta pero pocas horas después nos comemos dos piezas de bollería industrial, un intento de racionalización sería pensar que se trata de una acción justificada porque pretender reducir a 0 la cantidad de bollería consumida nos haría fracasar y darnos un atracón aún mayor del que nos hemos dado, por “efecto rebote”.
La explicación de Leon Festinger
A medida que el psicoanálisis fue dejando de ser uno de los paradigmas predominantes en el mundo de la psicología, aparecieron otras explicaciones alternativas a la de Freud a la hora de responder a la pregunta de por qué nos autoengañamos. La más conocida fue la del investigador estadounidense Leon Festinger, quien desde la perspectiva de la psicología cognitiva, aportó una teoría diferente.
Leon Festinger fue un especialista en psicología social, y por ello, solía estudiar los fenómenos psicológicos teniendo en cuenta el contexto de interacciones sociales en el que estos se producen.
Fue así como dedicó un tiempo a observar el modo en el que el no cumplimiento de las profecías influía en los miembros de una secta apocalíptica, que creía que el fin del mundo iba a producirse en pocos días. De este modo que lo más llamativo del proceso no era tanto el hecho de negar la evidencia de que pasada la fecha clave el mundo seguía existiendo, sino el modo en el que los miembros de este colectivo oscurantista transformaban sobre la marcha las explicaciones acerca de la naturaleza del fin del mundo.
Por ejemplo, pasaron de creer que la destrucción del planeta era inevitable, a creer que este se había salvado gracias a las acciones y a la fe de esa secta, que había sido capaz de “romper las normas” del funcionamiento del apocalipsis gracias a sus hazañas.
En los años siguientes, Festinger desarrolló el concepto de la disonancia cognitiva, que es fundamental para entender el autoengaño.
¿Qué es la disonancia cognitiva?
La disonancia cognitiva es el malestar psicológico que surge cuando notamos que dos o más ideas o hechos no encajan entre sí, y al menos uno de estos elementos que entran en contradicción con otros es importante para nuestro sistema de creencias. Por ejemplo, podemos ver el caso de fans de un cantante cuando se difunden grabaciones o fotos de este famoso comportándose de manera reprobable: la evidencia de esas imágenes es difícil de ignorar, pero a la vez cuesta mucho asumir que esa celebridad no es la persona idealizada que se creía, y que en algunos casos incluso había llegado a ser parte de la identidad de uno mismo (en la decoración del dormitorio, en la estética de la ropa que compramos, etc.).
Leon Festinger afirmaba que los seres humanos priorizan la importancia de unas ideas y creencia sobre otras, y que por lo general, se intenta que las del mismo rango estén en sintonía. Pero cuando llegan nuevas ideas o evidencias y estas chocan con aquellas a las que nos habíamos estado aferrando (por su importancia), nos sentimos mal, notamos que nuestro esquema cognitivo tiene lagunas o inconsistencias.
En casos así, buscamos estrategias para aliviar ese malestar, esa disonancia cognitiva. A veces lo logramos a través de estrategias adecuadas y enriquecedoras, como recopilar más información y aprender para comprobar si estábamos equivocados, pero en muchos otros casos, recurrimos a algo que cueste menos: por ejemplo, manipular esas ideas para que “encajen” entre sí de una manera artificial, solo en apariencia. Es en estos casos cuando podemos hablar de autoengaño: un pequeño sacrificio para sentirnos bien cuanto antes, al precio de sacrificar la verdad y estar expuestos a más situaciones desagradables de ese tipo en un futuro.
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